Ilka Oliva Corado
Adital
La
noche anterior lo habíamos escuchado en las noticias, nos cayó como
un balde de agua fría, en México habían asesinado a 72 migrantes
centroamericanos. Hay que ser indocumentado y atravesar territorios
en las migraciones forzadas y en absoluta clandestinidad para
entender la ansiedad, la ira, la paranoia y el inmenso dolor que
deja en un ser humano una experiencia de esta magnitud. Jamás se
vuelve a ser igual.
Recuerdo que al día siguiente yendo hacia el gimnasio me encontré en la entrada a un conocido mexicano, que cuando me vio se me lanzó encima totalmente acongojado y me abrazó fuerte y me pidió perdón en nombre de su pueblo, él era oriundo de Tamaulipas. Se sentía avergonzado, lloró desconsolado en mis brazos, la muerte de los 72 nos pegaba fuerte a los dos y a los miles que hemos cruzado las fronteras de la muerte y por desgracia haberlas sobrevivido porque nos queda la memoria y el dolor de estar vivos. El preguntarnos todos los días, ¿por qué nosotros estamos vivos y ellos no?
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