Es cierto que como ciudadanos padecemos en estos momentos tiempos
difíciles, absolutamente cercados por un marco social en progresiva descomposición; son muchos los
elementos que hacen hoy de nuestra vida una carrera de obstáculos continuos y
permanentes, donde la angustia existencialista se sitúa como terrible compañera de viaje dentro
de un ámbito social huérfano de la magia de Jean Paul Sartre y de Albert Camus;
y es que nuestra realidad comienza a ser
tan sucia como las calles de Madrid.
Ya la mayoría del pueblo ha comprendido que vivimos tiempos
de desprecio a la ciudadanía, donde muy
pocos son los espacios que se libran de la oscura mano gris de la suciedad, la corrupción
y la mentira, y asimismo vivimos rodeados por un mar de atentados a la ética y
la racionalidad social donde la mayoría somos el reflejo de una nueva
conciencia de ciudadanos siervos. Dentro de éste marco de despojos, cabe
cuestionarse si aún es posible mantener nuestra fe en el “principio esperanza”?
.
Si el fantasma del hambre, el desempleo y la pobreza
comienza a resurgir de nuevo en pleno
Siglo XXI en la sociedad española, ¿a qué
esperamos para levantar la voz de la dignidad humana y social? ¿a que esperamos para volver a concienciarnos
de que la lucha de clases es hoy de nuevo necesaria en el marco de la defensa de los derechos humanos? En estos días el Papa
Francisco I, hacía alusión a enterrar en el mar a los cristianos corruptos. ¿No
podríamos afirmar lo mismo respecto a nuestros líderes financieros, políticos y
sindicales, que han convertido el noble ejercicio de su profesión en un auténtico basurero de delincuencia
impune y vergonzosa?.
El cielo puede esperar, nuestra lucha por la dignidad no.
Juan Ramón Rodríguez/Ajintem Derechos (AD)