Silencio y velas. Alrededor de una mesa, en una cocina abierta hacia un amplio patio engalanado con plantas y árboles, mujeres de todas las edades y varones muy jóvenes colocan hierbas en pequeñas bolsitas que sellan con el calor de las llamas. Murmullos, risas y velas; un ambiente místico, espiritual, para una tarea colectiva que celebra la vida.
La sede de CONAMURI [1] es un sitio apacible que combina el trabajo con la intimidad, como la vida campesina que de algún modo reproduce. Las militantes están preparando alimentos para la feria de comidas y productos agroecológicos Jakaru Porã Haguã (“Para que podamos comer bien”, en guaraní), que pequeños productores y productoras de varios departamentos realizan en el centro de Asunción. El tiempo de trabajo es pausado y se interrumpe con relatos, opiniones, miradas y silencios. Del círculo emana una energía que invita a integrarse. “Las mujeres poseen el 8% de la tierra pero producen el 80% de los alimentos y son quienes pasan más hambre”, se lee en un cartel.
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