Algunos de los economistas más prestigiosos ven una difícil salida a la crisis española, y contemplan, cuando no recomiendan, una vuelta a la peseta para acometer una fuerte devaluación y ganar competitividad.
El Nobel de Economía da prestigio, pero también autoridad, mal que le pesara a Friedrich Hayek. El pope liberal aseguró, al recibir el galardón en 1974, que estaba «fuertemente en contra» del premio y que ningún hombre debería ser señalado como si fuese una referencia en un tema tan complejo como la economía. Pero lo cierto es que el Nobel ha servido como sello de calidad para distinguir a algunas de las voces más autorizadas en una disciplina que se ha vuelto tan sumamente subjetiva. Por eso cobra tanta relevancia lo que opinen los premiados («hasta que gané el premio no me tuvieron realmente en cuenta», reconoció William Faulkner, que recibió el Nobel de Literatura en 1949)
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