No tener nada. Absolutamente nada. Salvo la ropa que
se lleva puesta. Ni siquiera un techo que los resguarde del frío y de la lluvia
que están por venir. Estamos a mediados de noviembre y duermen al raso. Sus
únicas posesiones son unos cuantos cartones que les aíslan de las bajas
temperaturas, también algo de plástico y, los más afortunados, colchones roídos
y podridos que han encontrado en la basura
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