Desplazados por los paramilitares
Agencia Télam
Rosadela Mazo tiene 63 años, las manos curtidas de tanto buscar oro en el río Cauca y unos ojos tristes que se llenan de lágrimas cuando recuerda a sus dos hijos asesinados por los paramilitares y a los dos adolescentes que andan buscando changas para sobrevivir en esta ciudad, porque le da miedo “que cojan algún vicio”.
Rosadela vive con su hija en una de las tantas carpas que pueblan como hongos el viejo gimnasio de la Universidad de Antioquia. El Ejército minó el camino hacia su casa, “porque por aquí pasan los hijos de puta de los guerrilleros”, y un oficial le dijo que si quería entrar ellos no se hacían responsables.
FOTO: DANIEL DAVOBE / TÉLAM
“¿Y adónde voy a ir yo ahora, que no soy estudiada”, dice la mujer, que es una de las encargadas de preparar el sancocho (un puchero con yuca y plátano que humea en una olla enome) en uno de los varios fogones que se organizaron para atender a las 300 personas que habitan el lugar.
En 2006 apareció muerto su hijo mayor, Orbein Aneisar Posada Mazo, que tenía 33 años. Y hace tres años su segundo hijo, Juan Danilo Posada Mazo, de 22, estaba pintando una escuela cuando llegaron paramilitares y sin justificación alguna lo ataron y lo fusilaron delante de los chicos y la maestra. “Nadie sabe por qué lo mataron”, dice la mujer, curtida en el dolor.
Rosadela vive con su hija en una de las tantas carpas que pueblan como hongos el viejo gimnasio de la Universidad de Antioquia. El Ejército minó el camino hacia su casa, “porque por aquí pasan los hijos de puta de los guerrilleros”, y un oficial le dijo que si quería entrar ellos no se hacían responsables.
FOTO: DANIEL DAVOBE / TÉLAM
“¿Y adónde voy a ir yo ahora, que no soy estudiada”, dice la mujer, que es una de las encargadas de preparar el sancocho (un puchero con yuca y plátano que humea en una olla enome) en uno de los varios fogones que se organizaron para atender a las 300 personas que habitan el lugar.
En 2006 apareció muerto su hijo mayor, Orbein Aneisar Posada Mazo, que tenía 33 años. Y hace tres años su segundo hijo, Juan Danilo Posada Mazo, de 22, estaba pintando una escuela cuando llegaron paramilitares y sin justificación alguna lo ataron y lo fusilaron delante de los chicos y la maestra. “Nadie sabe por qué lo mataron”, dice la mujer, curtida en el dolor.
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