Fiódor Dostoievski es uno de los escritores que mejor ha retratado los aspectos más oscuros de la condición humana. En un pasaje memorable de Los hermanos Karamazov, cuenta la historia de un rico propietario que vivía retirado en su hacienda, asistido por sus criados y entregado a sus aficiones, entre las que se hallaba la caza. Un buen día, el hijo de uno de sus siervos, un niño que no tenía más de ocho años, lanzó una piedra a su perro de caza favorito, hiriéndole en una pata y provocando la ira del amo. Con el fin de castigarlo, congregó a la servidumbre en un descampado y encargó a los perreros que dispusieran la jauría para una jornada de caza. A continuación, hizo traer al niño y ordenó que lo desnudaran delante de todos. Aterrorizado por la situación, el niño echó a correr por el descampado y el viejo lanzó en su persecución a los perros, que en pocos minutos despedazaron al muchachito ante la mirada horrorizada de su madre, obligada a contemplar la escena. El castigo ha sido siempre un instrumento para disciplinar e infundir temor a los oprimidos. El desenlace de la crisis griega demuestra que continúa siéndolo.
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