Un amigo palestino de nombre abu Sultán, refugiado en el campo de Wahadad en Amman, Jordania, me pidió el favor que fuera hasta Ayn Karim, su pueblo natal -que tuvo que abandonar en la guerra árabe-israelí de 1948 cuando tenía apenas dos años de edad- a ver lo qué había sucedido con la casa que durante generaciones perteneció a su familia. Primorosamente envuelta en un paño antiguo guardaba la llave de la misma que su padre le entregó antes de fallecer confiado en que al menos su hijo pudiera recobrarla.
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