Por María Garzón Molina
Nuestro país ostenta el horrible título de ser el segundo Estado en número de desaparecidos después de Camboya. Silencio. Silencio y palabras vacías, es lo que reciben una y otra vez las madres y padres, hijas, hijos, hermanos, sobrinas… personas que buscan a sus familiares quienes, bien por la acción consciente del Estado o sus […]
Nuestro país ostenta el horrible título de ser el segundo Estado en número de desaparecidos después de Camboya.
Silencio. Silencio y palabras vacías, es lo que reciben una y otra vez las madres y padres, hijas, hijos, hermanos, sobrinas… personas que buscan a sus familiares quienes, bien por la acción consciente del Estado o sus aparatos, o por la inacción de los mismos, han sido y seguirán siendo víctimas de desaparición forzada.
Este 30 de agosto fue declarado en 2010 por la Asamblea General de Naciones Unidas, Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas. Como ya señalara entonces la ONU, el delito de desaparición forzosa “se ha convertido en un problema mundial que no afecta únicamente a una región concreta del mundo. Las desapariciones forzadas, que en su día fueron principalmente el producto de las dictaduras militares, pueden perpetrarse hoy día en situaciones complejas de conflicto interno, especialmente como método de represión política de los oponentes”.
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