Los kurdos han nacido para ser traicionados. Casi a todos los aspirantes a construirse en un pequeño Estado de Oriente Medio, se les prometió la libertad después de la Primera Guerra Mundial, y los kurdos incluso enviaron una delegación a Versalles para pedir por su propio Estado nación y fronteras seguras.
Pero bajo el Tratado de Sèvres, en 1920, consiguieron una pequeña nación en lo que había sido Turquía. Entonces llegó el nacionalista turco Mustafá Kemal Ataturk, que se apropió de vuelta del territorio que la nación kurda podría haber ganado. Así fue que los vencedores de la Gran Guerra se reunieron en Lausana en 1922 hasta 1923 y abandonaron a los kurdos (al igual que a los armenios), cuyas poblaciones y territorios se dividirían ahora entre el Estado Turco, el protectorado Francés de Siria e Irán y el Protectorado Inglés de Irak.
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