La obsesión por la seguridad en la cuestión migratoria, la hipocresia de las instituciones y
el descuido de las causas de estos movimientos humanos impiden abordar de manera
apropiada esta problemática.
el descuido de las causas de estos movimientos humanos impiden abordar de manera
apropiada esta problemática.
Niñas sirias refugiadas en una clínica en Ramtha, al norte de Jordania.
"¡Yo asilo, yo asilo!", gritaba Abdoulaye Mara la noche del pasado 11 de marzo, encaramado a la última de las alambradas que componen la valla de Melilla.
El joven malíense de 22 años pudo descender y siguió pidiendo auxilio a gritos, ya con sus pies en suelo español. Sus palabras no fueron lo bastante claras: los agentes de la Guardia Civil lo maniataron y lo devolvieron a Marruecos.
Su testimonio, que sustenta esta narración, ha servido para denunciar al Estado español ante el Comité de Discriminación Racial de las Naciones Unidas. De esta manera pretenden los denunciantes, del Comité René Cassin, tratar de frenar una praxis fronteriza que obstruye a las personas de origen subsahariano la posibilidad de acceder a las oficinas de asilo y las devuelve al otro lado de la frontera en caso de elegir la única alternativa restante: la entrada ilegal.
En efecto, para la inmensa mayoría de las personas que intentan cruzar esta frontera no es una alternativa, como tampoco lo es quedarse en Marruecos, cuyas fuerzas de seguridad no dudan en aplicar la violencia contra ellos.
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