Las naciones desarrolladas tienen una deuda pendiente con la inmigración económica y con los refugiados. Su enfoque para evitar las oleadas de extranjeros desesperados se centra en lo policial, más que en lo social. En poner paños calientes cuanto llega una crisis, y no en ir al origen y resolver el problema. Y, por muchos años que pasen, parece que no hay cambios en esa limitada visión del problema.
Francia y Reino Unido acaban de dar una buena muestra de ello, de nuevo. El primer ministro británico, David Cameron, y el presidente francés, François Hollande, han acordado hoy abordar la crisis desatada en el puerto francés de Calais por los intentos de decenas de personas de llegar a Inglaterra a través del eurotúnel con medidas muy claras: más perros adiestrados, más vallas y más agentes.
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