La semana pasada estuvimos en la avenida Departamental en el límite entre las comunidades de Peñalolén y la Florida, en un lugar que durante el gobierno de la Unidad Popular fue el campamento de pobladores “Nueva Habana”. En un documental de la época todavía se puede ver a varios militantes del MIR en el campamento y a un grupo de niños desfilando y gritando “Casa o Muerte, ¡Venceremos!” Cuando Fidel Castro vino en visita oficial a Chile esta población fue uno de los lugares a los que acudió con el presidente Salvador Allende [1]. El campamento “Nueva Habana” se constituyó tras un largo proceso de organización barrial dirigido por múltiples comités de pobladores y llegó a tener grandes dosis de autonomía política: contaba con su propia escuela, su propia policía, su hospital comunitario etc.
Después vino el golpe, y como sucedió con tantas otras cosas, la violencia y la represión arrasaron con casi todo o con mucho, pero no con todo. Hoy los hijos y los nietos de esos pobladores, agrupados en el Comité de Allegados Don Bosco, están llevando a cabo una lucha por permanecer en esta población a pesar del alto valor inmobiliario de los terrenos, pues su localización casi precordillerana—es decir, por encima del smog, del ruido y la furia de la ciudad de Santiago—ha despertado el interés de capitalistas y especuladores de esa alta burguesía chilena de nombres vascos que ha mercantilizado derechos sociales como la vivienda y ha excluido del bienestar a la mayoría. Sin embargo, la dignidad de los vecinos de este barrio no está en venta y allí mismo han ocupado unos terrenos baldíos para demandar no tanto el derecho a recibir gratuitamente sus viviendas, sino a implementar alternativas autogestionarias que les permitan ser ellos, y no el mercado, quienes construyan su ciudad.
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