Por Tatiana Coll
En 2009 la Unesco presentó un informe de su organismo regional, la OREALC, sobre la prueba LLCE (Laboratorio Latinoamericano de Evaluación de la Calidad de la Enseñanza), denominado Segundo estudio regional comparativo y explicativo en América Latina y el Caribe, que arrojó datos muy sorprendentes para algunos analistas, como señaló Christopher Marquis, de The New York Times: Los estudiantes cubanos en todas las materias examinadas obtuvieron calificaciones muy superiores a la media, de manera muy consistente en todas las escuelas. El estudio concluyó que los alumnos cubanos casi duplican los resultados de los alumnos que más se les acercan. El periodista neoyorquino señaló que los resultados fueron tan dramáticamente superiores que los agentes de Unesco regresaron a Cuba y examinaron de nuevo a los estudiantes, obteniendo los mismos resultados de nuevo. Jeff Puryear, codirector de la Asociación para la Revitalización Educativa de las Américas, también se sorprendió: Aun los resultados más bajos de los cubanos lograron un índice superior al promedio de la región, ¡y aplicando nuestros propios estándares!
Seguramente esto se debe a algún milagro, pues Cuba es evidentemente un país con muy escasos recursos y problemas económicos fuertes, debido al constante bloqueo y dificultades diversas. Nadie podría comparar la capacidad económica de México, Brasil, Argentina e incluso Chile, y sin embargo es innegable que la educación en Cuba aventaja notablemente aun a las potencias de la región. Cuba situó a 70 por ciento de sus estudiantes con calificaciones por encima de 350 puntos sobre un total de 500, mientras que Argentina, Uruguay y Chile sólo promediaban 300 puntos. Brasil y México reportaron un promedio inestable apenas en 250 puntos. Sólo un milagro de la diosa Yemanyá podría explicar estos resultados.
El milagro se inició desde 1959, cuando la Revolución triunfante se volcó a realizar todo tipo de proyectos a cual más creativo y significativo. El más conocido, el de la alfabetización, logró en un año declarar a Cuba primer territorio libre de analfabetismo en Latinoamérica. Menos conocidos son los programas para mujeres campesinas, trabajadoras, prostitutas; para niños campesinos, huérfanos o marginales; para formar contingentes de maestros, y podríamos añadir un largo etcétera. Desde aquellos años el primer mandato fue llevar todos los recursos disponibles hacia las regiones devastadas por la pobreza en el campo y la ciudad. Este sencillo principio marca una enorme diferencia con nuestro propio sistema, en el cual se ha impuesto implacablemente la máxima neoliberal de dar más al mejor rankeado, de invertir solamente en aquello que reditúa. Así persisten escuelitas multigrado abandonadas (son 43 por ciento de las 280 mil existentes), sin materiales, sin recursos, con maestros que son muchachos entrenados por el Conafe durante dos meses y enviados con un salario miserable. La desigualdad educativa se reproduce así de manera estructural, no se requiere de un censo para saber lo que ya sabemos desde hace mucho. Sin mencionar el estado desastroso de la mayoría de las escuelas, sostenidas por los padres de familia con sus aportaciones voluntarias, y los raquíticos salarios de los maestros, aun con el estímulo de carrera magisterial.
El milagro es que Cuba invierte en educación 12.9 por ciento del PIB, en el marco de una inversión social de 30 por ciento. México a duras penas logra 5 por ciento para educación, con altibajos pronunciados. Islandia y los países nórdicos bordean 8 por ciento. En enero de 1959 Cuba tenía tres universidades públicas, con 15 mil alumnos y mil profesores; hoy cuenta con 67 instituciones de altos estudios, con 261 mil matriculados y 77 mil profesores; 35 mil estudiantes latinoamericanos becados han pasado por sus aulas, además de un novedoso programa de municipalización de la educación superior, que ha construido más de 300 sedes universitarias municipales.
Toda Cuba en realidad es una gran escuela.
El Estado responde como responsable integral de la educación, como en Finlandia y Francia. Hay una gran valoración social de la profesión docente en todos sus niveles y los salarios de los maestros equivalen a los de otros profesionales como médicos o físicos. Las universidades pedagógicas tienen un alto grado de formación y exigencia. Nunca hay más de 18 niños por aula y el tiempo dedicado para cada niño a elaborar y problematizar respuestas individuales duplica el de la región. Estos son algunos de los factores que recoge Martin Carnoy, profesor de Stanford, en su excelente libro La ventaja académica de Cuba; ¿por qué los estudiantes cubanos rinden más? No necesitamos acudir a modelos tan distantes como Finlandia, o de cualquier otro país altamente desarrollado: la explicación está aquí mismo, muy cerca, y no se trata de un milagro educativo, sino de una política congruente con lograr la dignidad de todo ser humano.
(Tomado de La Jornada)
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